jueves, 11 de septiembre de 2008

El final del camino

by Sid

Cuando emprendes un camino, si te dejas llevar adecuadamente, nunca sabes hacia dónde puedes acabar dirigiéndote. O dicho de otra forma, chicos, no voy a acabar el Camino de Santiago. Lo siento, Pijus, pero creo que en realidad mi propio abandono puede ayudarte más en tu estudio que el que hubiera llegado a Santiago.

Intentaré explicarme.

Como el fluir de un río que no cesa jamás, el destino cambia constantemente. Yo acabo de descubrir que mi destino no está dentro de la sociedad agobiante y estresada de la gran ciudad. Por eso no acababa de sentirme cómodo en mi trabajo en el banco, donde todo el mundo se reía de mi. No era mi lugar dentro del orden de las cosas, y el Camino me ha ayudado a darme cuenta.

El otro día me encontré con un matrimonio mayor que tenía un puestecillo en el que vendían cerámica en un pequeño pueblo de la montaña. Hablando con ellos, me contaron que trabajaban labrando la tierra, y además ponían ese puestecillo para los peregrinos que pasaban. Entonces me vi. Me vi labrando la tierra. Pero nunca me había visto en el banco actualizando las libretas de las viejas. Sí, esas mismas a las que siempre te encuentras expectantes haciendo cola cuando llegas a las 9 de la mañana (vale, lo admito, en el banco no me reservaban los trabajos de mayor responsabilidad).

Así que tengo que agradecer al Camino de Santiago que me haya ayudado a encontrar mi camino en la vida. Espero que los demás también encontreis el vuestro.


by Sema O'Neal

Poca novedad en mis últimos días de trayecto. He llegado a Santiago, como no podía ser de otra forma, exactamente el día y la hora que estaban planeados. Creo que sois perfectamente capaces de averiguar cuáles fueron los horarios exactos de todos los acontecimientos importantes del día (ver entradas anteriores). Bueno, una novedad importante es que ahora llevo como trofeo una piel de gato despellejado (los gallos están muy protegidos, y no encontré ningún zorrillo, por lo que tuve que conformarme con un gato, no creo que nadie se dé cuenta).

Aparte de eso, ayer sí que ocurrió algo que se salió bastante de lo común. Iba caminando con mi ritmo habitual cuando algo me hizo fijarme en un puestecillo que había a un lado. Detrás del puestecillo había una tienda de campaña, y atendiendo en el mostrador del puesto un chico. Cuando iba a saludarle con el habitual movimiento de gorra, le observé... ¡era Sid!.

- Sid... ¡¡¿qué demonios haces aquí?!!.

- He encontrado mi vocación. Me quedo labrando la tierra.

- Pero... ¡¡¡¿QUÉ?!!!. Bueno, impresionante. Enhorabuena, supongo.

- ¿Quieres comprar algo?.

- No, bueno, ya me estoy retrasando, tengo que continuar caminando ahora mismo o llegaré tarde. Oye... ¿qué es esa almohada rosa que tienes ahí abajo, es un saco o qué?.

- Esto... O'Neal... ¿no tenías que irte?, vas a llegar tarde...

- Y... ¿¿¿por qué le has puesto un sombrero de vaquero???...

- ¿Has visto este plato tan mono que vendemos?, ¿y este colgante tan chulo?, ¡te lo regalo!.

Entonces salió una chica rubia de la tienda, con una estúpida expresión en la cara. ¿De qué coño se estaría riendo esta boba?.

- ¿Itsolrait, maidarlin? - dijo. O algo parecido. Para mi que no era española. Nota para la agenda: acción número 66754-B para Sema O'Neal, con fecha tope Noviembre del 2009, tarea pendiente: aprender sueco. O armenio. O lo que sea eso.

La chica seguía con su sonrisa de oreja a oreja, como si se hubiera metido en la boca una barra de pan sin partirla antes.

- Este, O'Neal, ¡qué tardeeeeeeeee!, ¡mira qué solazo!, ¡será mejor que te des mucha prisa o el calor será tal que cogerás una insolación!. Además, ya sabes que el objetivo es lo primero.

Esa afirmación me dolió, pero era completamente cierta. No acababa de entender muy bien la situación, pero eso es secundario respecto a los objetivos. Así que me despedí velozmente de Sid y de la sonrisa a una mujer pegada y salí corriendo. Al final, por supuesto, llegué al albergue a la hora prevista. Eficaz, infalible, impecable, esa soy yo.

Hoy he llegado a Santiago, con lo cual mi jornada habitual ha quedado partida por la mitad. En el momento en que he tenido que dejar de caminar, me he sentido vacía. No tenía nada previsto para la media hora que me quedaba hasta que fuera a coger el tren de vuelta. En fin, me senté y planifiqué lo que voy a hacer los siguientes días ahora que he vuelto a casa.

No me puedo creer que esto se haya acabado ya. Mientras voy caminando a la estación para coger el tren, abro mi última lata de sardinas... y me hago un bocadillo.


by JB

Llegué al Monte do Gozo con mucha ilusión. Los últimos días el cansancio empezaba a pesar ya mucho, y por otra parte un par de simpáticas chicas me habían comentado que aquí se montan grandes juergas. Normal, porque está a sólo 5 Km. del centro de Santiago, así que era de esperar que los peregrinos se sintieran liberados de las largas caminatas y los constantes madrugones y lo soltaran todo en la madre de todas las juergas. De hecho, tenía pensado pasar la última noche de fiesta en Santiago y cambié mis planes para pasar esa última noche en el Monte do Gozo.

La primera impresión no fue demasiado buena. Básicamente, eran un montón de barracones en medio del campo. Estaba todo tan silencioso que se oía hasta el canto de los pajarillos. De hecho, se oía hasta cómo tragaban saliva los pajarillos cuando se preparaban para cantar. Pero aún era pronto, evidentemente los peregrinos estaban descansando ahora para tener energías por la noche.

Sin saber muy bien qué hacer, decidí dormir una siesta, para estar yo también repleto de fuerzas. Me costó dormirme, porque la verdad es que sueño poquito, pero al final conseguí dormirme una horilla. Al despertar, volví a salir a ver qué tal. El canto, la saliva... y ahora se oían hasta los jugos gástricos de los pajarillos.

Me entretuve revisando mis pies. Las ampollas que me salieron al principio en los dedos milikis estaban ya mucho mejor, ya casi no me molestaban aunque todavía estuvieran en carne viva desde que me las arranqué sin querer. Tenía una ampolla nueva, pero la verdad es que no me molestaba mucho. Por otra parte, la rodilla, que me ha dolido horrores cada vez que había una de esas bajadas bestiales, también la tenía ya mejor.

Vaya rollo. Salí de la habitación otra vez y miré. Y volví a poner el oído. Ahora ya oía hasta los jugos gástricos de los gusanos que correteaban bajo tierra.

Volví a la habitación y me puse a revisar la ampolla esa. Al final había conseguido dominar la complicada técnica de curar ampollas con aguja e hilo, así que la apliqué. Como vi que tenía tiempo, en vez de pasar el hilo, curar la ampolla y terminar, me dediqué a hacer un poco de punto.

Eso todavía estaba más tranquilo que la Casa de la Pradera a la hora de la Misa. Me fui a la cafetería de la zona. Parecía una cafetería de un aeropuerto. Uf. Y ya eran las 21:00. Esto empezaba a oler realmente mal.

Volví a los barracones y me decidí a buscar a las chicas que me aconsejaron este sitio, pensando en que por lo menos con ellas sí podríamos montar alguna fiesta. Me las encuentro metidas en la cama, con el pijama puesto y leyendo. "Pues parece que al final la gente no se ha animado", me dicen, y vuelven la mirada al libro. Brujas. Víboras de mala ralea. "La gente", dicen. ¡¡¿Y qué leches se creerán que soy yo?!!.

Decidido a encontrar a alguien con quien montar el lío, hablé con unos valencianos de unos 17 años que había conocido durante el camino. Muy jóvenes, lo sé, pero estaba dispuesto a intentar seguir su ritmo. Les pregunto por sus planes y su respuesta me deja anonadado: "No, es que el Sábado tenemos un concierto, así que nos vamos a ir ya a descansar". Un concierto. El Sábado. ¡Y esa noche era Miércoles!. Joder, cuando yo tenía 17 años me comía el mundo, no necesitaba "descansar" para poder ir a un concierto tres días después, ¡y menos aún si estaba de vacaciones!. Es más, ¡¡¡cuando yo tenía 17 años lo raro era encontrar un momento del día o de la noche en el que no estuviera borracho y de juerga!!!. Pues estos panzulones se fueron a dormir a las 21:15, con un par.

Volví a la zona comercial y fui a una tienda que había. Me gustó lo que vi en el mostrador, una variada gama de alcoholes en plena zona central. Compré una botella (de JB, claro), así podría apuntarme a cualquier botellón que montaran otros peregrinos aunque no conociera a ninguno. En un momento de lucidez, antes de pagar, se me ocurrió preguntarle a la dependienta cuánta gente había comprado botellas ese día.

"Mira, llevo 1 mes trabajando aquí y en todo ese tiempo hasta ahora sólo me habían comprado una botella de Dyc, y desde luego no ha sido hoy. Felicidades, eres el segundo que compra una botella".

Derrotado, deprimido, volví a la zona de habitaciones y me quedé fuera, sentado en el cesped. Apenas eran las 22:00 y casi todo el mundo estaba ya durmiendo. Me puse cerca de un grupo de jóvenes italianos que parecían estar haciendo una queimada. Esperé a que la acabaran para entonces presentarme. La verdad es que no hablo italiano, ni inglés, ni ná de ná, pero el idioma del alcohol es universal. Vi que se iban acercando a la queimada y... ¿macarrones?, ¡¡¡joder, la queimada en realidad eran unos macarrones!!!. Eché un buen trago a mi botella, empezaba a necesitarlo cada vez más. Luego los italianos hicieron un corro, ¿iban a hacer algún tipo de juego y montar algo de lío?. Pues no. ¡Era una especie de puto juramento de los Boy Scouts!. Hicieron un rato más el ganso, con algún que otro extraño cántico, y los macarroni boy scouts se piraron a dormir.

Ahora ya sí que me había quedado solo. De ruido mejor ni hablar, creo que a estas alturas ya podía oír hasta la propagación de las ondas sísmicas del interior de la Tierra. Me fui otra vez a la zona comercial, que ya había cerrado por completo, pero así al menos no despertaría a nadie con mis ruidos (¿ruidos?, ¡JA!). Me senté en unas escaleras y me di a la bebida. Intenté cantar, pero no me sabía ninguna letra (¿cómo demonios era la canción esa del "enrróllate y haznos una copla guapa"?).

Al rato, vi que había otro peregrino por ahi tirado. Borracho como una cuba, tirándose pedos sin parar... lamentable. Empezaba a pensar que lo mejor que podía hacer a estas alturas era irme a dormir, algo de lo que me convenció por completo el colega este cuando vi que empezaba... ¡a desabrocharse el pantalón!. Esto ya me superó por completo, me fui a la cama e hice un esfuerzo por dormirme.

Maldita siesta, lo que cuesta coger sueño. Una vez terminados de clasificar los pocos sonidos que se podían oír en la zona, por fin conseguí dormir. Eso sí, tuve pesadillas toda la noche imaginando a los peregrinos en Santiago corriéndose la madre de todas las juergas. Esa que no iba a poder correrme yo porque mi tren salía al mediodía.

Hoy llegué a Santiago, y la verdad es que a pesar de la nochecita, la llegada al final del Camino ha sido realmente gatrificante, ¡¡¡lo conseguí!!!. Una sensación de alivio me invade cuando llego a la majestuosa catedral. Fui a recoger la Compostelana (ya sabeis, el diploma), di un paseo por la Catedral y me quedé un rato a la Misa. Mi contador de pecados se ha puesto a cero, ¡me siento mucho más ligero!.

Pero yo tenía una espina clavada, así que antes de ir al tren, me metí en un mesón. Cuando iba a pedir, me acordé de la nochecita de ayer, y del colega que me encontré. Y me pedí... ¡un Aquarius!.

Alguien allá arriba se estaba tomando muchas molestias para que no tuviera una juerga decente en todo el Camino, así que pensé que no iba a estropearlo ya al final. Por si acaso.

Eso sí... como me encuentre otra vez a las arpías que me aconsejaron quedarme en la "juerga loca" del Monte do Gozo... ¡les meto la Compostelana por el recto!.

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